Liturgia de las horas
«¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.» y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: